8 de marzo. La conquista de los derechos civiles
Quizá alguien haya tenido entre sus tatarabuelas, bisabuelas o abuelas una sufragista, recuerdo a la mía contando “la que liaron”. Una tarde de 1921 una inmensa manifestación de mujeres, y no fue la única, marchó por la madrileña Carrera de San Jerónimo para entregar al Presidente del Consejo de Ministros sus reivindicaciones. Ese mismo año nacía en Reinosa (Santander) mi madre, la quinta de seis hermanos. En 1931, Clara Campoamor conseguía la aprobación del voto de las mujeres en el Congreso de Diputados. Mi madre por entonces tenía diez años, y tanto ella como muchas otras de su generación aprendieron con la esperanza-promesa de una vida en la que los derechos civiles entre hombres y mujeres serían equitativos.
A consecuencia del importantísimo logro del voto (entonces a los 21 años), además de otras conquistas como educación similar entre sexos, acceso a la universidad, divorcio, o participación en cargos públicos, el archivo del Congreso de los Diputados conserva un libro de firmas. En éste se invitaba a todas las mujeres, con independencia de ideologías, a dejar su nombre en gratitud a las Cortes Constituyentes que aprobaron sus vindicaciones. En caligrafía antigua, elegante y femenina se reconocen las firmas de, por ejemplo, Aurora Rodríguez Carballeira y su hija Hildegart. Ellas son las protagonistas de una historia real llevada varias veces al cine (La virgen Roja, 2024; y Mi hija Hildegart, 1977): una madre soltera que concibe a su hija como el proyecto de la mujer del futuro y a quien asesina en 1933 por escaparse a sus expectativas. Conocí este episodio a través de un relato materno, en realidad todos sabemos y entendemos muchas cosas a través del relato de las madres.

Varias generaciones descendemos de mujeres cuyas voces fueron acalladas y como personas quedaron en el anonimato. Se las condenó a no ser pioneras nunca en nada, a coexistir con la frustración en un exilio interior de ámbito doméstico la mayor parte de sus vidas. Ha transcurrido más de un siglo desde aquella marcha por el voto, parece oportuno un 8 de marzo que recuerde a las mujeres silenciadas sin olvidar que los derechos civiles van y vienen, y a veces hasta se pierden.
Felícitas Ramírez Malo. Biblioteca EEZ-CSIC
Agradecemos la colaboración del Archivo del Congreso de los Diputados y de M. C. Rodríguez Sacristán de la biblioteca del IESA-CSIC.